José Miguel Cabrera se uniformó por vez primera a los 4 años y el miedo se le metió en el cuerpo. No volvió a jugar en todo un año. A los 13 tomó la decisión de su vida, quería ser lo que es: un grandeliga. Y consiguió dos scouts de lujo: su padre Miguel y su madre Gregoria.
Segun cuenta su abuela materna, Berta Torres “El siempre se tiraba por la empalizada para ir a entrenar o jugar caimaneras en el estadio de béisbol que está detrás de la casa …”“Luego, lo pusieron a fildear y lanzar la bola. No creían lo que veían. Después le dijeron:¡Vente a batear! Y Miguel la ponía donde quería. Iban de un lado a otro, no lo podían creer. Este muchacho como que es extraterrestre, bajó de la Luna, gritaban”.
Se equivocaban. José Miguel emergió del muy terrenal y humilde barrio La Pedrera en los alrededores de Maracay, estado Aragua, en un hogar en el que, a falta de pan, los niños nacían con el bate y el guante bajo el brazo.
Todos sus tíos maternos practicaron beisbol. José militó con los Tigres de Aragua y estuvo en las menores con Kansas City; David defendió en el país a la novena aragüeña y también se uniformó con los Cardenales de Lara; mientras que en EEUU estuvo con las filiales de otros pájaros rojos, los de San Luis. Francisco participó en la selección nacional amateur de beisbol y el menor, Pedro, tuvo una breve pasantía por los diamantes y luego se dedicó a las artes marciales.
Mas en este caso, hijo de gata caza ratón.La madre de José Miguel, Gregoria Torres jugó softball, al igual que sus otras tres hermanas, y destacó durante 14 años con el combinado femenino de Venezuela, ocupando la posición de campo corto y viajando a diversas competiciones internacionales.
“¡Ocho hijos deportistas!”, se ufana la señora Berta, quien a los 84 años celebró que su nieto haya completado el sueño que sus hijos apenas rozaron. “A ellos la suerte no los ayudó, cosas de Dios”, explica.
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PRIMEROS PASOS
Un año duró el susto dentro del cuerpo del aporreador que haría temblar a los mejores brazos del Big Show. “Se ponía a llorar, no quería ir a las prácticas; sin embargo, al ver a los niños entrenar, se entusiasmó y volvió al estadio”, agrega la mamá del ahora jardinero derecho de los MarlinsTigres de Detroit.
Esta etapa fue fundamental para Cabrera, quien nació el 18 de abril de 1983 en el Hospital Central de Maracay. José Torres estima que a su difunto hermano David se le debe mucho de la formación deportiva del grandeliga. Goya coincide con esta apreciación y añade que el tío “era fuerte con él para que entrenara. Nunca le decía que era bueno; en cambio, le repetía que tenía que ponerle más porque aún le faltaba demasiado”.
Su madre confiesa que “la crianza de Miguelito fue un poco dura, con humildad. No exigía nada, comprendía la situación que atravesábamos”.
Miguel Cabrera, su padre, tenía un taller de latonería y pintura; al tiempo que la mamá era ama de casa y ayudaba en las cuestiones del negocio familiar.
Los padres hicieron hincapié en la disciplina del joven y forjaron su espíritu luchador.
“Su mamá y su papá hicieron cosas que pocos hacen por sus hijos. Todos los fines de semana lo acompañaban al estadio y todo esto es el fruto de sus esfuerzos”, sostiene Simón Astudillo Urbina, vecino y dueño de un restaurante en La Pedrera, que se jacta de conocer al cuarto bate de los campeones mundiales “desde que era un peladito”.
Wilmer Astudillo Mora, comerciante de la zona, rescata que “sus padres siempre lo fueron llevando con mucha educación. A las 9 de la noche estaba recogido en su casa, y cuando no estaba allí se la pasaba en el estadio y, a veces, en la plaza de enfrente”.
En La Pedrera es el único tema de conversación.
Sus afiches cuelgan de las paredes de casas y locales comerciales; mas, no se trata simplemente de la fascinación por el ídolo deportivo, sino el aprecio por el vecino afable, juguetón, bailador de merengue, callado y modesto.
Luis Enrique Correa lo pinta como “un buen muchacho” y revela que en más de una ocasión cruzaba la calle para comprar en su quincalla sus chucherías preferidas y “chocolates para sus amigas”.
TRABAJO FUERTE
“El no fue tremendo, lo único es que se la pasaba con la pelota y no pelaba para darle un pelotazo a cualquiera; pero, su familia puso mucho empeño para que echara para adelante”, agrega risueña la abuela Berta.
Frank Torres, primo de Miguelito, lo describe como un muchacho tranquilo. “Para divertirnos jugábamos básquet, futbolito y, cuando tenía juego los fines de semana, visitábamos parques, hacíamos parrillas o nos bañábamos en la playa”, acota este joven de 22 años que también es beisbolista.
Para cuidar su brazo, el papá le prohibió jugar voleibol, disciplina en la que resaltó hasta el punto de que le propusieron integrar la selección nacional juvenil de la especialidad.
En ese torneo, José Miguel fue designado campeón shortstop, jonronero, bate, slugger e infield. Gracias a esta actuación, recibió varias condecoraciones en el país, incluido su segundo premio a la excelencia de la juventud aragüeña, y fue llevado por Gilberto Mendoza a la cena anual de la Asociación Mundial de Boxeo en Las Vegas, donde compartió, entre otros, con Evander Holyfield y Larry Holmes.
En Missouri, además de las distinciones, conquistó la atención de los cazadores de talentos de las Mayores. “Eso era un solo corri corri. Del liceo al estadio de La Pedrera. Llegaba el jefe de Toronto, a los tres días uno de los Marlins. Hubo un momento en que los scouts de Venezuela no podían hacer nada porque no sabían cómo calificar a ese pelotero”, narra Goya.
En el día Miguelito deslumbraba a los observadores foráneos y, en las noches, los padres se mantenían en vela. “No dormíamos, estudiábamos las ofertas. Qué pelotero jugaba aquí; qué chance podía tener José Miguel con las organizaciones. Eso lo hablábamos Miguel y yo en las noches, que se nos iban en puro pensar”.
Las cavilaciones culminaron el 2 de julio de 1999, en El Portón de la Abuela en la avenida Las Delicias de Maracay, donde Cabrera sorprendió al mundo del beisbol al firmar con los Marlins de Florida por un bono de 1 millón 800 mil dólares.
“Ese día tuvimos que escondernos, el Hotel Pipo estaba lleno de scouts y agentes, no podías moverte.Tuvimos que irnos a la playa para evadirlos, pero teníamos una visión clara porque los clubes le daban 5 ó 6 años para llegar arriba y, al final, sólo necesitó 4 años”, se congratula Goya, quien asegura: “Pensamos en el futuro de él, no en el dinero”.
Al día siguiente de la firma, los periodistas arribaron a La Pedrera para ubicar al millonario prospecto, que los recibió descalzo, en shorts y sumergido en una montaña de arena junto al palo de almendrón del patio de la casa de la abuela.
NUEVA VIDA
La vida de Gregoria, Miguel, José Miguel y Ruth, su hermana de 17 años, cambió por completo.
La separación fue lo más doloroso. “Al principio le pegó bastante; pero él tomó esto con mucha madurez y entendió que ese era su trabajo y lo que quería hacer con su vida”, indica Goya.
Sin embargo, eso no impide que el “Gordo” -apodo materno- sienta nostalgia por los canelones y las arepas de la mamá, su comida preferida. “Todo el tiempo hablamos con él, lo que hacemos es decirnos:Te quiero mucho, yo también, te amo, ponle Miguelito…” .
Ahora no está sólo. El 26 de junio de 2002 se casó por civil con Rosángel Polanco (20), su novia en el liceo, del barrio La Cooperativa, cercano a La Pedrera.
Fue Rosángel la que llamó a Goya el dia 20 de junio de 2002 para anunciarle la buena nueva: José Miguel subía a las Mayores.
Más tarde ese mismo día, y con su primer jonrón a cuestas en la Gran Carpa, volvió a repicar el teléfono en Maracay: “¡Mamá estoy feliz!”.
La emoción contagió a la familia.
“Esa noche le prendí su vela a la Virgen del Carmen y le dije: Mira, concédeme que mi nieto no me baje, nada más para arriba”, rezó doña Berta.
Y la protectora de las ánimas del purgatorio le dispensó el milagro, así como a él su sueño: “Miguelito me decía, ‘abuela yo tengo esperanzas de ser un buen deportista para ayudarlos a salir de esta situación’, porque estábamos muy mal”.
clasificaba a Cabrera como el principal prospecto de los peces. Al momento
de subir a las Mayores, lideraba la Liga Sureña y a Carolina en bateo
(.365), jonrones (10) e impulsadas (59).
“Me siento feliz y satisfecha por estos triunfos”, admite Goya, quien sabe que las victorias son el resultado del tesón de su muchacho e, igualmente, “el fruto de mis regaños”.